viernes, 24 de abril de 2015

Nos damos cuenta que hicimos mal cuando ya estamos sangrando.



Hoy me sucedió un caso en particular que me dejó pensando muchas cosas de la vida. ¿Porqué nos dejamos llevar siempre por el enojo? Mi compañero de clase ha roto el cristal de una ventana de mi aula. El pobre se ha lastimado tanto que le han puesto puntos en la mano. Y entonces yo me preguntó ¿No se pudo controlar? ¡Y así somos todos! O al menos así soy yo. Nos damos cuenta que hicimos mal cuando ya estamos sangrando (en otros casos, cuando ya hemos echado a perder muchas cosas). Luego nos damos cuenta que no tenía ningún sentido descomponer algo solo por que las cosas no nos salieron como queríamos que fuesen. Por que vamos, nos desquitamos con el mundo entero para sentirnos bien, y una vez que hemos herido a las demás personas nos damos cuenta. Lo peor de este asunto es que ya no podemos recomponerlo. Los cachos del cristal ya estarán en el suelo y recogerlos de a uno por uno para tratar de pegarlos no es una buena solución. En este caso, es un vidrio que se cambiará por otro. Pero ojalá nosotros pudiéramos cambiar el corazón que hemos herido por otro nuevo. No se puede; es imposible. No se puede tratar de componer un corazón que por impulso enterramos entre capas y capas de dolor. ¿Y si yo le hice daño a mi propio corazón? ¿Cómo cambiarlo por uno nuevo? 

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