Bastó una sola vez, solo una.
Recuerdo aquel día. Sábado dieciocho de Abril del año dos mil quince. Me había despertado con un día pésimo. Era uno de esos días en los que no tenía ganas de hacer absolutamente nada y solo quería quedarme en casa a descansar. Debía entregar la síntesis de un libro que finalmente terminé de leer a medias. Pero ahí estaba, terminando de leer en la mesa mientras escribía el borrador para luego pasar a limpio. Siempre he sido responsable con mis trabajos, eso valía más de la mitad de mi calificación; era pésimo. 1:30 de la tarde —lo sé por que acostumbro a mirar la hora—, no sé como recuerdo la hora exacta si estoy acostumbrada a olvidar todo. Mi madre me dijo que mi madrina había preparado un convivio para mi primo que cumplía dieciocho años. Vale —lo pensé— mi primo al cual tenía mucho tiempo que no veía ¿Era justo ir, no? No sé si fue casualidad o era lo que tenía que pasar; acepté. Dejé mi trabajo apenas empezado por ir a un fiesta en donde estaría perdiendo el tiempo, literalmente. Lo dejé, no sé por qué, pero lo dejé. Quizá asía debía de ser.
Entonces llegué; —no sé como comenzar a redactar esto, es demasiado complicado—. Cuando bajé del auto lo miré ahí. Él estaba parado justo afuera de su casa. (Luego supe que era suya, no es que lo supiera antes de llegar). No me miró, aunque es lo que yo hubiese querido. Lo miré por unos segundos y luego recordé que tenía que caminar y no ser tan obvia. ¡DIOS MÍO! —Pensé— era hermoso; literalmente. Nunca había mirado a alguien que me gustase tanto. Nunca me imaginé que podría llegarme a gustarme un chavo después de tanto tiempo. Supe que ya no querría a un chavo delgado, de piel clara, con ojos verdes y cabello castaño. Ya no buscaba eso y supe que nunca más lo buscaría. Quería alguien como él; pero tenía que ser él. Sabía e intuía con el corazón que no era como otros, que no era como los demás.
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